Pedro, posee una visión muy amplia de la seguridad, además de ser criminólogo comprometido, -nunca deja de avanzar en sus conocimientos- ejerce como Detective Privado y es también Director de Seguridad. Pasó varios años en las Fuerzas Armadas españolas, repartiendo su periodo militar entre unidades de Operaciones Especiales y unidades de Poli

También ejerce como profesor en diversos centros de formación de seguridad privada, para lo cual posee las oportunas acreditaciones emitidas por la Dirección General de la Policía.
Pedro, a lo largo de los últimos años, ha realizado varios trabajos documentales relativos a enfrentamientos armados, balística y tiro defensivo, para lo cual, ha leído y estudiado las obras de los más prestigiosos instructores nacionales y norteamericanos. Este profesional es muy completo, además de dedicar tiempo al estudio y al análisis, entrena ejercicios de tiro reactivo-defensivo con arma corta, aunque también es un “amante” del tiro con arma larga a distancias medias y largas.
En fin, fruto de esos trabajos, nace el texto que hoy, con sumo placer, “cuelgo” en mi blog. El artículo, con enorme técnica narrativa, versa sobre un caso real acaecido en 1977 en los EE.UU. El Caso Steve Chaney, así se llama el artículo, cuenta algo que, pese a los treinta y tantos años transcurridos, siempre debe ser tenido en cuenta. Las conclusiones finales, a las que llega Pedro, y a las que usted, como lector, llegará, son las mismas a las que yo, el “titular” y administrador del Blog, siempre llego en mis artículos, y en cuya dirección siempre postulo.
Seguro que lo que va a leer le va a encantar, y le va a atrapar. Puede que no descubra nada nuevo al final del texto, pues como digo, muchos somos los que “apuntamos” en nuestras enseñanzas en esa misma dirección, pero puede que esto, aún siendo por usted conocido, afiance aún más ciertas teorías. Espero que disfrute.
Ernesto Pérez Vera
CASO STEVE CHANEY
La documentación acerca de este enfrentamiento se ha obtenido de la obra “Ayoob the files” de Massad Ayoob. Se trata de un buen (y trágico) ejemplo de lo que ocurre cuando el delincuente está bajo el efecto de las drogas, y los sucesivos disparos (10), son incapaces de detenerlo.
El 1 de agosto de 1977, en Los Ángeles, California, una patrulla formada por una policía en prácticas, Linda Alsobrook Lawrence y su Supervisor, el oficial Steve Chaney, comenzaban su rutina diaria en el distrito de Baton Rouge. Ambos agentes pertenecían al LAPD.
La primera llamada del día se refería a un posible intruso en los apartamentos de Broadmoor Plantation. Debían aparcar 5 calles más abajo y caminar hasta el lugar en que les esperaba la denunciante. Al llegar al apartamento, lo encontraron abierto. La cerradura estaba en buen estado, únicamente algunos arañazos en el pomo. Chaney estaba acostumbrado a entrar en casas en las que sus dueños sospechaban que habían entrado delincuentes.
No encontraron nada en las primeras habitaciones, hasta llegar a un dormitorio con la puerta cerrada. Chaney quitó el seguro de la funda del revolver y se preparó para entrar. Propinó una patada a la puerta y se encontró de frente a un individuo. Lo que no sabía era que se trataba de John James Mullery, de 42 años, y fichado múltiples veces por asalto, secuestro y agresiones sexuales. Chaney asumió que se encontraba ante un ladrón vulgar.
Se equivocaba. Mullery era el novio de la dueña del piso, y la estaba esperando para asesinarla. Además, para “prepararse” había consumido gran cantidad de cocaína, así como otras sustancias. Esto tendría una gran influencia en lo que sucedería después. Además, medía casi 2 metros y pesaba unos 100 kilos.

Mullery se lanzó sobre Chaney, intentando agarrarle, pero éste consiguió esquivarlo y mantenerse a distancia. Mullery comenzó a gritar como un histérico: ¡dispárame! ¡Acaba de una vez! ¡Dispárame!
“No estamos aquí para dispararle a nadie”, replicó el veterano agente, explicándole que únicamente iban a solucionar las cosas. La ira de Mullery desapareció como había surgido, y el policía pensó que las cosas iban por buen camino. Aseguró el revolver en la funda.
Pero de repente, con la rapidez de un relámpago, Mullery se lanzó sobre la cadera derecha del agente y agarró el revólver por la empuñadura. Chaney no pudo reaccionar lo suficientemente rápido y el arma ya estaba en la mano del agresor. Instintivamente, Chaney agarró el arma por el cilindro.
La lucha había comenzado con Mullery controlando la empuñadura y el disparador, y tratando de levantar el cañón hacia el policía, y Chaney atrapando el tambor para impedir que girara y pudiese disparar. Los dos policías habían hablado con anterioridad de la posibilidad de que se produjera esta situación, y habían convenido que ella se mantuviera atrás, y si Chaney no ganaba el control del arma, disparase sobre el sospechoso.
Así que Linda Lawrence, de 30 años, desenfundó el revólver de 4 pulgadas y apuntó al delincuente. Viendo que no iba a poder retener el arma, Chaney le gritó que disparara. La novata agente Steve levantó las manos quedando el brazo de Mullery delante de él, cuando Linda abrió fuego. El proyectil calibre .38 Special de punta semiblindada atravesó el antebrazo, arrancando prácticamente todos los músculos del mismo y salpicando a Chaney con “carne picada” y sangre.
Pero el simple dolor no siempre vence al efecto de los estupefacientes. La presión de la mano de Mullery no se aligeró ni un gramo. Peor aún, la sangre de la herida se estaba deslizando entre la mano de Chaney y el revólver, y finalmente el tambor giró, permitiendo a Mullery disparar 2 cartuchos. Chaney consiguió mantener el cañón lejos de su cuerpo, acabando los proyectiles en una pared cercana.

Agarrando el cañón con la mano izquierda, aplicó una “palanca” y consiguió arrebatar el arma al delincuente. Retrocedió un paso y adoptando una posición a 2 manos, disparó 2 proyectiles hacia el pecho del gigante, pero sin lograr efecto alguno.
En su lugar, se giró hacia Linda, golpeando con un revés de su mano el revólver de la agente. En lo que Chaney describió como un abrir y cerrar de ojos, Mullery se lanzó sobre la chica, le arrebató el revólver y disparó directamente al centro de su torso.
Chaney no podía disparar sin alcanzar a su compañera, así que se lanzó sobre el agresor. Una vez más, se encontraban en el cuerpo a cuerpo. Cada uno atrapó el arma del otro, tratando a la vez de acercar el cañón propio al cuerpo del contrario, y a la vez apartar el arma del adversario. El oficial insertó el dedo meñique detrás del disparador del arma de Mullery, bloqueando así el arma e impidiendo que se produjera el disparo. Mullery tenía una fuerza sobrehumana, pero el policía poseía la técnica.
Finalmente, logró arrebatar los dos revólveres de las manos del asesino, e hizo algo que puede parecer extraño, pero que se ha dado con relativa frecuencia en enfrentamientos armados: una técnica llamada “desdentar a la serpiente”, y que consiste en vaciar un arma cuando vemos que nos la van a quitar, y así evitar que la puedan emplear contra nosotros.
De esta forma, Chaney disparó ambas armas hacia el suelo, dejando solo 1 cartucho en uno de los revólveres. Mientras tanto, Mullery le golpeaba en la espalda y la cabeza. Con la mano izquierda, trató de lanzar el revólver vacío por una ventana, pero un golpe de Mullery desvió su brazo y el arma rebotó en la pared, cayendo en el suelo de la habitación.
Al levantar el brazo para protegerse, la mano de Chaney quedó cerca de la cara de M

Alguien le había dicho que los proyectiles tienen un mayor poder de parada si impactan en hueso. Así que, dedujo que el agresor no había caído tras 2 impactos en el torso, porque no había tocado ningún hueso. De modo que presionó el cañón contra el costado del monstruo y buscó hasta encontrar una costilla, y disparó.
Mullery abrió la boca y gritó: ¡Ooooh, me diste bien esta vez!
Y entonces levantó en peso al agente y lo lanzó al otro lado de la habitación. Chaney cayó a unos 4 metros, chocando contra un mueble. Mullery había recibido ahora 4 impactos, 3 de ellos potencialmente fatales. Pero seguía en pie.
Como ocurre en muchos tiroteos, el agente había perdido la cuenta de los disparos efectuados. Con un gran esfuerzo, Chaney se levantó, adoptó una posición de tiro a dos manos, y apretó el gatillo. El arma hizo “clic”, el peor ruido que puedes oír en esa situación. Chaney apretó el gatillo del arma descargada varias veces, hasta que aceptó la terrible realidad.
Ahora había que intentar cualquier medida desesperada: el policía se lanzó sobre Mullery y comenzó a golpearle en la cabeza con el arma. Lo hizo varias veces, sin efecto. Únicamente quedaba una opción: intentar recargar.
Mullery continuaba avanzando por la habitación. Chaney se dirigió a una esquina y le dio la espalda, protegiendo el arma mientras trataba de introducir cartuchos en el cilindro del revólver.
En aquella época, e

Pero aquella no era una recarga como las realizadas en el campo de tiro, esta era una situación de emergencia real, por ello, no pudo evitarse la pérdida de habilidad digital y cognitiva. Mullery había conseguido una barra de hierro y le golpeaba con todas sus fuerzas en la espalda, causándole un dolor terrible.
Tras cerrar el cilindro, Chaney pasó el cañón del arma bajo la axila y disparó aún dand

Parecía que todo había acabado. Chaney se alejó hacia el otro lado de la habitación, y trató de respirar. Miró de reojo al hombre que había intentado matarle, y vio, con horror, que Mullery se estaba levantando de nuevo.
Sobreponiéndose al shock, Chaney apuntó con el revólver y disparó 2 veces más haci

Steve recargó con su último speed loador -cargador rápido de revólver- y se dirigió hacia su compañera, comprobando que yacía muerta. El proyectil la había alcanzado cerca del corazón. Mullery aún tardó unos segundos en morir, pero consiguió arrastrarse por el suelo en dirección hacia la puerta. Finalmente, la pérdida masiva de sangre le venció.
El gigante había recibido 10 impactos de calibre .38 Special semiblindado de 125 grains de peso:
Nº 1: antebrazo cerca de muñeca.
Nº 2 y nº 3: pecho.
Nº 4: lado izquierdo del tórax, distancia de contacto.
Nº 5: centro del pecho, cerca del diafragma, distancia de contacto.
Nº 6: parte superior de la cabeza, distancia de contacto.
Nº 7 y nº 8: pecho.
Nº 9: abdomen.
Nº 10: cadera derecha.
Las conclusiones del enfrentamiento, básicamente, son cuatro:
1º- A pesar de recibir 10 impactos, ninguno de ellos alcanzó órganos vitales. El impacto en la cabeza, debido al ángulo en que fue efectuado, no llegó a penetrar en la bóveda craneal, por lo que no fue efectivo. El resto de los proyectiles no alcanzó ni la médula espinal ni el corazón. El impacto más importante, en este caso, es el que alcanza la cadera, que compromete su movilidad. Algunos instructores como Fayrbain y S.P. Wenger aconsejan apuntar a la cadera como blanco primario, ya que impedirá al agresor avanzar hacia nosotros (esto es más importante en el caso de que nos ataquen con un arma blanca)
El impacto nº 4, lejos de producir un daño mayor por el hecho de alcanzar un hueso, produjo el efecto contrario: el hueso de la costilla actuó como un escudo ante el fogonazo del disparo, que a esa distancia habría causado una gran herida estrellada.
2º- Este caso es un ejemplo de adversario al que no afectan causas psicológicas. Múltiples impactos, con destrozo de tejidos, no causaron efectos aparentes. Únicamente al alcanzar un punto concreto de su anatomía se produjo la incapacitación. Hemos de tener en cuenta la posibilidad de enfrentarnos a individuos drogados, excitados o enajenados que se comporten como Mullery.
3º- La munición empleada, semiblindada de 125 grains de peso, era, en esa época, una munición típica de uso en seguridad, considerada, por muchos, como de buena capacidad de transferencia de la energía en el instante del impacto.
Ninguna munición es fiable al 100 por 100, a no ser que alcancemos puntos concretos del organismo. Como hemos visto en este ejemplo, cuando se “tocan” zonas concretas del organismo, es cuando se consig

Es más, algunos autores, como el prestigioso Ayoob, afirman que un calibre más potente, como el .357 Magnum, .40 Smith and Wesson o el 10 mm Auto, hubieran penetrado en el cráneo en la herida nº 6 en vez de ser desviada por la bóveda craneal, o hubieran causado un mayor efecto en las heridas nº4 y nº 5.
4º- Linda, -la agente en prácticas que falleció- de haber llevado puesto un chaleco de protección balística, se hubiera, seguramente, salvado. En esa época, ni tan siquiera en los EE.UU era habitual el uso de chaleco balístico. En ese país, a día de hoy, es impensable salir de servicio sin él, y por suerte, quien sabe si por desgracia, también en España se están, cada día más, imponiendo tanto a nivel oficial como a nivel privado.■
Gracias Pedro
Veritas Vincit