jueves, 27 de enero de 2011

LOS CINCO NIVELES DE PERICIA EN MANEJO PROFESIONAL DE LAS ARMAS

Por: Ernesto Pérez Vera

Muchos Profesores del Tiro Policial, de todo el mundo, usan la clasificación de niveles de competencia y pericia en el manejo de armas que seguidamente detallaré. Aún internacionalmente muy extendida entre los profesionales de la enseñanza del tiro y la táctica policial, nadie es capaz de confirmar, con garantía, cuando, donde y quien creo tal división de niveles de capacidad profesional. En cualquier caso, creo que todos convendrán conmigo en que, la clasificación, es ingeniosa, didáctica y extremadamente acertada.

Lean y juzguen:

Primer Nivel: INTENCIONALMENTE INCOMPETENTE (I.I)
Aunque parezca mentira, estos, los I.I.s, son aquellos que están obligados a llevar armas. Son los que las portan por obligación imperiosa de la LEY. Estos, además, conocen perfectamente sus nulas habilidades, pero pese a ello se niegan -cerrándose en banda- a mejorar su pericia. El I.I., por vaguedad y miedo al ridículo, no participa de los entrenamientos de su unidad o plantilla –sabe de su torpeza en la materia-

Las páginas de los periódicos están llenas de noticias protagonizadas por sujetos de este perfil. Por desgracia, los I.I.s., con demasiada frecuencia, provocan accidentes que acaban con las vidas de vecinos, familiares, compañeros o con sus propias vidas. Por regla general, y aún siendo obligados a acudir a las tiradas reglamentarias, no se sacará nada positivo de ellos. Gastaremos tiempo, munición y esfuerzos, para nada.

Segundo Nivel: DESCONOCEDOR DE SU INCOMPETENCIA (D.I.)
El D.I. no sabe que no sabe. Es incompetente porque aún no sabe que es un Incompetente. Normalmente, estos sujetos han sido entrenados o formados de modo muy básico, a veces ni eso. Los profesionales de este perfil, seguramente, nunca se han visto en una situación real que les haya dejado al “descubierto” sus carencias. Sin embargo, conozco casos de D.I. que ante una situación real se han sentido, y se han sabido, NO PREPARADOS. Pese a todo, han preferido gastar su tiempo en cualquier cosa antes de asumir que requerían de formación “extra”. Me atrevo a decir que dentro de este perfil es donde más profesionales de las Fuerzas de Seguridad se encuentran.

Son Desconocedores de su Incompetencia aquellos que solo acuden a los ejercicios de tiro reglamentarios en su institución policial, pero lo hacen sin interés alguno. Estos mismos dan por buena y sobrada esa formación o entrenamiento periódico –demasiadas veces, muy periódico-

La mayor parte de los que están dentro del perfil D.I., se dan cuenta de sus lagunas y paupérrimas habilidades en los peores momentos. A veces es demasiado tarde: descubren sus miserias cuando ya han sido agredidos de modo grave con armas de fuego u otros instrumentos. La mayoría nunca lo descubrirá.

Tercer Nivel: El CONSCIENTEMENTE INCOMPETENTE (C.I.)
Si el Desconocedor de su Incompetencia sobrevive a su primer encuentro armado, o es testigo próximo de algo similar en la persona de un compañero, se convertirá en un Conscientemente Incompetente –ahora, sabe que NO SABE-. Seguramente, tan pronto tenga tiempo, buscará ayuda formativa. Ha despertado y “le ha visto las orejas al lobo”. Ahora ha salido de las cavernas “de Platón”, y además por la puerta grande. Ahora sabe algo más: no quiere que vuelva a ocurrir. ¡Desde ya¡ se convierte en un tipo con interés por el tiro y el manejo del arma. Atenderá las explicaciones y lecciones de los instructores, y estará motivado. Ahora no criticará a los que se entrenaban mientras él no lo hacía. Ahora, quiere alcanzar cierto grado de pericia.

Cuarto Nivel: El CONSCIENTEMENTE COMPETENTE (C.C.)
Con la filosofía adecuada del entrenamiento, y con interés por parte del alumno, el C.I. se convierte en un C.C. El Conscientemente Competente llegará a manejar su arma con habilidad y seguridad, solventará interrupciones y desenfundará con celeridad ante la señal del instructor. Llegará a entender que su disparo debe impactar en el blanco que él quiere impactar, pues de no ser así, dará donde no quiere impactar, y ello puede provocar lesiones o daños innecesarios. Un riesgo muy alto que nunca se debe correr. Nosotros somos lo “buenos”, es el “malo” el que, por serlo, se puede permitir cualquier cosa.

El C.C. conoce las posiciones de tiro. Conoce variadas técnicas defensivas para usar en determinados supuestos y se siente cómodo en la galería aún cuando se le instruye bajo presión. Pero pese a todo eso, todavía no reacciona de modo instintivo ante situaciones extremas.

Quinto Nivel: El INCONSCIENTEMENTE COMPETENTE (I.C.)
El I.C. es el menos común de los perfiles. Este perfil se puede denominar como: de Maestría. No es fácil encontrar a muchos Inconscientemente Competentes en una misma plantilla. El I.C., tras muchas horas de entrenamiento, miles de disparos, años y años de repetición de ejercicios, maniobras y manipulaciones con su arma, ante el indicio de un ataque es capaz de reaccionar instintivamente y salir de la línea de tiro de su potencial agresor. Sabrá cubrirse de modo eficaz, y a la par que sale de la línea de tiro de su atacante, será capaz de desenfundar y dirigir su arma hacia él.

El I.C. también ha preparado su mente -no solo su cuerpo y equipo- para el enfrentamiento a vida o muerte. Ha reflexionado mil veces sobre la posibilidad de tener que usar su arma contra otra persona que pudiera tratar de quitarle la vida. Ante esa reflexión, asume que llegado el caso…lo hará: disparará contra quien tenga que hacerlo –siempre con la estricta observancia de lo que el Ordenamiento Jurídico establece respecto al empleo de armas y la legítima defensa-
El Inconscientemente Competente es ese que ante una interrupción de su arma, y tan pronto ésta se produce, consigue resolverla y devolver el arma a situación de fuego eficaz; y todo en décimas de segundos.

CONCLUYENDO
Estoy seguro de que todos los que están ahora leyendo este artículo conocen a compañeros que podrían perfectamente encajar en todos los niveles que se han descrito, ¿verdad que sí?. También estoy seguro de que la mayoría de esos compañeros “identificados” como integrantes de alguno de estos niveles, encajan en los perfiles de los niveles 1º, 2º y 3º.

Llegados a esa conclusión: les insto a ustedes a que participen de algún modo en mejorar las capacidades de sus semejantes más próximos. Traten de hacerles entender que deben tomarse más enserio esta materia. Intente hacer llegar este artículo a esos compañeros. Puede que algún día, tanto ustedes como ellos, se sientan mejor sabiendo que al menos se intentó…

Además de a sus compañeros, trasladen este texto, o su filosofía, a sus mandos o responsables políticos y sindicales, pues ellos, más que nadie, son los responsables de los “estancamientos”. Recuérdenles que la Administración está obligada a formar de modo continuo y permanente a los funcionarios, y que esta materia, la de tiro y armamento, no pica, no provoca ronchas, no contagia enfermedades, todo lo contrario.

De una mala formación se deriva una mala praxis, y de ella se pueden derivar daños y lesiones propias y ajenas, y a veces muertes innecesarias. De esas muertes, después, no solo el funcionario deberá responder ante la Justicia, sino que la propia Administración también tendrá que hacerlo en muchos casos.

Esta ingeniosa clasificación que acabamos de conocer, está basada en la programación neurolingüística (PNL), que es el estudio de los procesos mentales con el fin de obtener un modelo formal y dinámico de cómo funciona la mente y la percepción humana. La PNL intenta definir patrones directos sobre la conducta humana relacionados con el lenguaje. La programación neurolingüística tiene sus orígenes en las investigaciones publicadas en 1973 por Richard Bandler y John Grinder.

Bandler estudió psicología, matemáticas e informática en la Universidad de California, culminando sus estudios en esta universidad en 1973. Y Grinder, además de ser especialista en lingüística inglesa, por la Universidad de California, cursó estudios de psicología en la Universidad de San Francisco. Durante la guerra fría fue Capitán de operaciones especiales del Ejército norteamericano, estando destinado siempre en Europa. También, en esa época, ingresó en la CIA.■

Periódico ARMAS de agosto/septiembre de 2010

sábado, 8 de enero de 2011

CRÓNICAS DEL NORTE: Demasiada confianza

Crónicas del Norte es el nombre que el autor da a una serie de pequeños relatos que narran vivencias propias. El autor, cuando era joven, integraba –años 70 del siglo XX- un grupo antiterrorista en el Norte de España. Era una época dura para todos: la sociedad española vivía aún bajo el Gobierno del General Franco, y los medios de los que disponía la Policía, incluso en unidades de investigación como ésta, eran nimios.


Hace unos meses ya se publicó, en éste blog, otro “capítulo” de Crónicas de Norte: http://tirodefensivocampodegibraltar.blogspot.com/2010/11/cronicas-del-norte-el-dia-en-el-que-el.html


CRÓNICAS DEL NORTE: Demasiada confianza
Cuando descubríamos un zulo de ETA hacíamos fiesta en el Grupo. Y me explico.

Nuestra munición de dotación era, llana y simplemente “Santa Bárbara”, nuestras pistolas las Star SS de 9mm C y los subfusiles Star Z-62. Ellos, es decir, los etarras, ya tiraban con munición Geco y con mejores armas, tales como la FN Browning High Power, de gran capacidad, la veterana “Stein” de la IIGM y la “novísima” Ingram MAC 10 y 11 (Marietta) de una cadencia endiablada de 1.200 disparos por minuto. A buen entendedor…

Eso sí; éramos gente honrada y la munición procurábamos devolvérsela, cuanto antes mejor.
En esos zulos también encontrábamos dinamita, pero dado su deficiente estado de conservación casi siempre era destruida por seguridad.

En una ocasión cayó un zulo con abundante dinamita fresca. Acababan de robar casi tres toneladas de una cantera. Dado su buen estado, a alguien se le ocurrió que podíamos quedarnos con algún kilo, por aquello que nunca se sabe lo que puede suceder. Y así fue como guardamos unos tres kg. en el penúltimo cajón de un archivador de aquellos metálicos y grises que había en todas las dependencias. Y nos olvidamos.

Pasados los meses, ya en verano, necesité una herramienta para algo. En aquellos archivadores, el último cajón siempre servía de almacén de herramientas; allí podías encontrar martillos, destornilladores, navajas, alicates… todo producto de incautaciones que, por las circunstancias que fueran, no habían pasado a los juzgados.

Al abrir el último cajón me extrañó ver como todas las herramientas estaban bañadas por una especie de aceite que provenía del cajón superior. Abrí éste y ¡sorpresa! Allí estaba la dinamita que con sus exudaciones había impregnado todo el cajón inferior. Y teniendo en cuenta que aquel material pringoso era en gran parte nitroglicerina…

Salí disparado hasta el cuarto donde las señoras de la limpieza guardaban las escobas, cogí una caja de cartón llena de serrín y volví al grupo. Esparcí serrín a mansalva, hasta conseguir enjugar aquel fluido aceitoso y luego, con sumo cuidado, puse el mazo de cartuchos dentro de la propia caja de serrín.

Llamé al Cuartel de Loyola y pedí autorización al Oficial de Guardia para entrar en el campo de tiro del Ejército para destruir la dinamita. Al cabo de unos minutos sonó el teléfono dando autorización. Al enterarse los compañeros, todos querían apuntarse, pero al subir a los coches sólo un conductor, que tenía fe ciega en mí, y el Jefe del Grupo, que también había hecho el Curso de Explosivos, subimos a aquel “K” donde llevaba la dinamita.

En el campo de tiro vimos una gran cubierta de goma abandonada, perteneciente a algún vehículo militar y decidimos hacer dentro de ella el “hornillo”. Primero pusimos un detonador eléctrico, recuerdo de nuestro curso de Burgos. Por seguridad, alargamos tanto la línea como nos dejó el rollo de cable eléctrico que llevábamos, pero la única fuente de energía con la que contábamos era una pila de petaca. Al unir las terminales del cable a las láminas de la pila, ni flores. El Jefe de Grupo y yo coincidimos en que la resistencia de la línea, al ser muy larga, se “tragaba” los escasos voltios de la pila.

Como segunda opción me había echado al bolsillo otro recuerdo del Curso de Explosivos: un detonador completo. Era este un tubo de cartón en cuyo interior iba enroscado un metro de mecha lenta, con el detonador en un extremo y el encendedor en el otro. Una vez activado sólo se contaba, teóricamente, con un minuto de tiempo para llega al refugio.

Tras el fracaso del detonador eléctrico la “peña” de compañeros estaba decepcionada. Los había que decían que la dinamita aquella ya no iba a funcionar. Salí del refugio y fui hasta la carga; introduje el detonador y friccioné el encendedor. Al producirse el chorro de gases de encendido salí como alma que lleva el diablo; creo que en esa carrera batí todos mis récores personales hasta llegar al refugio.

Pasó el minuto de espera y no hubo nada. Ya empezaban a sonar las críticas cuando de repente se produjo el “milagro”. Primero una ensordecedora explosión y luego ver como la cubierta se perdía en el cielo a una velocidad terrible hasta hacerse casi invisible. Y todos mirando hacia arriba, viéndola caer hasta que, tras chocar con el suelo, dio varios botes tremendos y al fin cayó de lado. Fue espectacular.




Hasta hoy se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso lo que aquella dinamita hubiera organizado de haber detonado en el archivador, simplemente por cerrar uno de los cajones con fuerza. El Grupo AT, la Criminal y el negociado del DNI, como mínimo, habríamos volado. Qué gran triunfo para ETA. Pero afortunadamente nuestro Patrón, el Ángel de la Guarda, hizo horas extras una vez más y nos echó un “ala”. No volví a tener contacto con la dinamita hasta la caída, tras la escisión de V Asamblea de ETA, del primer comando “Mili”.

Los detuvimos en Éibar y “cantaron” al cura de una de las dos parroquias. Mandamiento de entrada y registro en mano nos presentamos en la casa parroquial y la pusimos patas arriba. Nada.

Sabíamos que el cura guardaba el zulo del comando con armas, munición y explosivos. Tras muchas vueltas entramos en la iglesia y allí, en el Sagrario, detrás de los copones y tras un falso fondo encontramos el arsenal: dinamita, dos Stein, una pistola Browning y gran cantidad de munición Geco.

Y hablando de curas y de iglesias también recuerdo el día en que me tocó salvar al Obispo Setien.
Pero esa es otra historia.

CTOR